A cierta edad, los enterradores
te devoran con los ojos[1],
y la muerte parece perseguirte con un celo imbécil[2].
Ha llegado la hora de pensar en la muerte, en la que, por otra parte, nunca has
dejado de pensar. Morir, podríamos decir que resulta inevitable, así que, sin
alaridos ni quejas, sin falsas anteojeras filosóficas o religiosas, si se trata
de morir, muramos con elegancia, incluso con una sonrisa. Si tenemos que
ajustar nuestro paso al de aquella vieja dama[3],
si hay que morir, al menos pongamos algunas condiciones y elevemos algunas
peticiones.
Lo primero, dejar constancia de
que ninguna idea merece la muerte de nadie. Para la mayoría, la vida va a ser
el único lujo del que puedan disfrutar aquí abajo, así que no nos precipitemos,
muramos de muerte lenta, pues ya hemos visto que ninguna guerra ni ninguna
revolución han conseguido acercar el paraíso a la tierra, y los dioses siguen
igual de sedientos[4].
Si hay que morir, pues no parece
posible hacer rabona de la tumba, tomemos el camino más largo[5].
Engañemos al tiempo, comportémonos como ancianitos de paso tembloroso para que
crea que todo el mal ya está hecho, aunque entre bambalinas sigamos dando
saltos como aquellos adolescentes que éramos[6].
Si hay que morir, veamos que no
todo es negativo y que tiene sus ventajas: ya no nos dolerán más las muelas, no
tendremos que seguir haciendo reverencias a los poderosos y, sobre todo,
estaremos fuera del alcance de los perros, de los lobos, de los hombres y de
los imbéciles[7]. Muramos
con entereza, tomando la muerte como venga[8],
procurando disfrutar de los últimos placeres, de los últimos amoríos, y dejando
en herencia nuestras ropas y nuestro lugar a alguien de nuestra talla y nuestro
talante, alguien que pueda fumarse nuestro tabaco y amar a nuestra mujer[9].
Si hay que morir, concedámonos la
idea de un paraíso en el que seguiremos disfrutando de los amigos, de la buena
música y de esos vinillos de calidad que deben producirse en las viñas del
Señor[10].
Y otorguémonos, a despecho de científicos aguafiestas, una muerte con toda la
antigua grandeza, con un Caronte acompañándonos en nuestro último viaje[11],
o de la mano de la medieval dama de la guadaña, dispuestos a disfrutar de toda
esa eternidad que nos queda por delante, como si, por fin, hubiesen llegado
unas perpetuas vacaciones que pudiésemos eternamente disfrutar junto al mar[12].
Y si al fin hay que morir, no
nos privemos de nada y muramos por encima de nuestras posibilidades, en una
tumba alegre a modo de póstuma satisfacción, con un entierro de los de antaño,
en un sudario de calidad, con un buen ataúd y disfrutando del placer infantil
de ver a nuestros herederos marchar tras el coche fúnebre, pisando mierda de
caballo[13].
Morir sin rabia, sin
remordimientos, sin ira, conscientes de que no somos más que hojas muertas que
el tiempo ha de barrer[14].
¡Oh tú, viejo tío Georges, en qué paraíso nos estarás esperando!
[1] cELUI QUI A MAL TOURNÉ
[2] SUPPLIQUE POUR ÊTRE ENTERRÉ À LA PLAGE DE SÈTE
[3] ONCLE ARCHIBALD
[5] LE TESTAMENT
[6] TROMPE LA MORT
[7] ONCLE ARCHIBALD
[8] LE FOSSOYEUR
[9] LE TESTAMENT
[10] LE VIEUX LÉON
[11] LE GRAND PAN
[12] SUPPLIQUE POUR ÊTRE ENTERRÉ À LA PLAGE DE SÈTE
[13] LES FUNÉRAILLES D'ANTAN
[14] LE TESTAMENT