sábado, 8 de octubre de 2011

Genet, ladrón


Lectura consecutiva de dos textos de Genet, primero un opúsculo denominado “El niño criminal”, después una especie de memorias irremediablemente tituladas “Diario del ladrón”, aunque da igual, en Genet no hay invención aunque sí literatura, en Genet hay una idea fija que se repite, da igual que nos hable de los panteras negras, de los fedayyin o de sí mismo, Genet vuelve una y otra vez, tozudamente, a buscar el envés del delincuente, del maricón, del terrorista, de todo aquel que la sociedad rechaza, mostrándonos, a su vez, que la dirección del rechazo no es unívoca, y que en el proscrito no existe arrepentimiento o ni tan siquiera sensación de culpa, no hay atenuantes, o, mejor dicho, no se aceptan los atenuantes, y puesto que se es dueño de los propios actos, existe en el castigo una confirmación de la propia existencia tal y cual se ha decido, y por tanto se exige que el castigo sea riguroso. El ladrón, el maricón, el terrorista, esos son los verdaderos hombres, los que cargan con su existencia sin ambages, sin excusas, dueños de su propio destino. Por eso Genet habla constantemente de iluminación, por eso se siente tan cercano a Santa Teresa y a San Juan, por eso sus descripciones de chaperos y criminales recuerdan tanto esos cuadros luminosos de Murillo. Su poética de los penales franceses desvela un rigor moral y una severidad que lo alejan definitivamente del mundillo literario, alzándolo a la altura de locos y santos. En casa tengo una foto muy conocida de Genet, en la que mira a la cámara con una mezcla de chulería y miedo. Tiene las manos en los bolsillos, y cuando miro la foto me gusta imaginar que, mientras se la hacían, se la estaba distraídamente tocando.


martes, 4 de octubre de 2011

misantropía y cambio social

Creo compatible la misantropía con el deseo de alcanzar esa estupidez que llamamos “un mundo mejor”. Incluso me parece razonable que aquellos que más luchan por una mejora de la situación social puedan ser especialmente retraídos y solitarios, y huyan del humano roce. Porque plantearse el cambio y combatir por él, fracasando una y otra vez, debe llevar a asumir su carácter utópico, imposible, lo que probablemente aboque a la melancolía y al extrañamiento de lo humano, de los humanos. Los ves en las manifestaciones, un poco apartados, con las manos en los bolsillos, diciéndose que es necesario estar ahí, aunque malditas las ganas que tienen de estar ahí.
El cinismo es otra cosa. El cinismo es admitir, echando la silla hacia atrás y levantando la frente, que todo está mal, pero que las cosas son así, y que existen dos clases de personas en esa farándula revolucionaria: los tontos y los que ocultan un interés espurio. Los cínicos ver pasar la manifestación con una media sonrisa, y llevan escrito en la ancha frente lo listos que son. ¡Pero qué listos son!
En la manifestación del mes pasado, en la concentración de esta mañana (para evitar un desahucio) había sólo cuatro gatos, cuatro gatos más bien peludos. Se echa de menos en todos estos episodios la presencia de la gente. ¿Dónde está la gente, la gente corriente? Por ahora desaparecida, aunque me temo que, si todo sigue a peor, no tendrán más remedio que apagar la tele y salir a ver qué está pasando en la calle. Y eso no será un consuelo para nadie.